Epílogo


La verdad que irrumpe desde esta obra, no es un purgatorio para intentar limpiar caminos, ni un acto de contrición piadosa, mucho menos es un espectáculo literario de la pauperización humana, sino la mirada inquieta de un poeta que espera en cualquier espesura del tiempo, el reino de la mueca rutinaria de la muerte.

Alonso Jiménez, antropólogo,
pintor y artistas plástico colombiano.

Flores para un ocaso



Nada será como antes
nada
y nuestros pasos de niño
habrán de llorar nuestra partida.

                            Fredy Chicangana







NO VALEN el cielo,
el alba, las estrellas.
Ya desperté.





LA HOJA que cae,
el río corriendo,
algún secreto esconden.





EN LA CARACOLA
se oculta
el secreto de las olas.





UN PÁJARO en lo alto
surcando el cielo.
El poema perfecto.





TE BUSCO, te busco
pero no estás.
Ningún poema te nombra.





PISA el hombre.
Asalta su sombra.
¡Zaz! Viento que perfora





MUEREN diez hombres,
mueren cien ¡caen mil!
El arte de la guerra.





ESE que cae,
¿Es otro muerto
o la sombra del anterior?





UN MUERTO acá,
otro allí:
El rompecabezas de la guerra.





AL CAER una persona
cae una hoja.
Que no caiga el árbol.





SE VA el otoño.
Llega el verano.
Otra guerra se olvida.





DONDE HUBO hombres,
cenizas quedan.
Cenizas, nada más.




YA SE ACABÓ. Arden
las manos, el alma.
Cerré muchos ojos.





MILES partieron
–no sé cuántos–,
miles que ya no volverán.





DESPUÉS de la guerra
sólo silencio
y cuerpos y nada.





¿Y si al despertar
nota que debió seguir

allí, soñando?


Ex-libris de Mauricio Schvarzman que aparece en el libro Flores para un ocaso.


Poemas con voces que trascienden en la noche



Voy hacia la luz que me trasciende,
hacia la palabra trascendida sin buscarte
y allí estas oculto en tu agua”

                                                           Juan Pablo Roa









ES EXTRAÑO VER tanta sonrisa, tanta mano atada, tanta sombra junta, tanta flor comprometida en las manos de aquellos que caminan por la calle y tú, sin más, sentirte libre. Pero es más extraño llegar a casa, echarte agua en la cara, levantar el rostro y darte cuenta de la aridez que te rodea y que ni siquiera tu sombra te acompaña porque la dejaste atada a otra sombra que pasó desprevenida por el parque.






  
ANTE TODOS LOS TEMORES, un verso es suficiente. Ante todas las angustias, un poema basta.
Para sortear un problema o, por lo menos, para escapar por un momento, una línea es la salida.
Pero, ¿qué hacer, cómo pensar, a dónde ir cuando eso que has creído tu único refugio no es más que el reflejo de una nube sobre un charco?
Ya termina otro verso y aún naufrago en este cuerpo:
Las noches despejadas y las aceras solitarias y los parques en invierno y cada uno de mis pasos son inmunes a los poemas cuando son recuerdos, recuerdos como heridas secas sobre cada pliegue de tu piel.







UNO SE ENCUENTRA LA MUERTE en una taza de café,
en el afán del cielo por caerse a centelladas,
en el encuentro sorpresivo de un avión con un pájaro volando,
en los movimientos tempestivos de la tierra cuando uno menos se lo espera,
en la lectura de tratados filosóficos que demuestran lo imbéciles que somos,
en los gobiernos corruptos que se sacan el dinero del seguro
                                    /contra las enfermedades más absurdas
y en los chicos que se sacan el sexito para jugar con las chicas
                                     /al papá y a la mamá y entonces el sida.
Uno se encuentra la muerte en el ojo de una aguja,
en la picadura de una abeja, también en la de un águila
                                       /y más si es un águila negra;
En la puerta de un hospital, y más si uno es pobre y el hospital es del Estado;
En los ojos de un psicópata con insomnio;
En las variantes del azar sobre el amor y el desamor;
En un libro de Shakespeare, en una espina de pescado.
Uno, que solo es un parroquiano de este bar,
un simple transeúnte delirante, artista, obrero, ama de casa, estudiante,
se encuentra la muerte en cualquier parte.
Y se muere uno y qué se saca: El que fue poeta, a lo sumo y con algo de suerte,
una tumba decente, unas vísceras ruinosas, una fama de bicho raro
o el nombre en algún colegio si se fue amigo de un presidente.
O, por bien que le vaya, un verso memorable que lo resucitará de vez en cuando
en boca de algún lector desprevenido que no estaba buscando,
precisamente, un poema que lo trajera a uno de nuevo a la vida.







ESCRIBIR POEMAS que te salven de la muerte,
que te salven de los ecos del peñasco,
de los dedos afilados de los hombres,
del invierno que padecen los pulmones,
de la tierra cuando se hace sangre seca,
de la Luna cuando es más grande que la noche
y tienes tantas ganas de abrazarla;
Del deseo por la lluvia en plena primavera,
de la hambruna cuando es el pan diario de los niños;
En fin, poemas que te salven de la misma vida
cuando el cantor es el silencio,
cuando la arena ya no es huella,
cuando ya ni siquiera hay playa,
ni mar, ni gaviota, ni olas, ni nada…
Escribir poemas que te salven de todo
Pero, ¿qué pasa cuando no encuentras un solo verso
que te redima de tu sombra y te salve de ti mismo?






  
CAMINA, escribe, pregunta, no calles.
Sé río, sé árbol, sé lluvia, sé canto…
Encuentra una salida.
Mira hacia otro lado, corre en otra dirección y no cierres las ventanas.
Deja de pensar que volar por un segundo o colgarte de las nubes por un instante
son las únicas formas de abrirte paso entre la niebla.








SOLO PIDO UNA COSA antes de desafiar al viento, antes de dejar mi postura de tierra húmeda forjada, antes de hallarle la razón al padre que decía que el buen hijo vuelve casa y antes de constatar que al final todos somos buenos, sólo una cosa pido: Que se quemen mis fotos y mi pelo sin clemencia; que se borre la figura dejada por mis pasos en la gruta y en la niebla; que se rompan y se filtren en agua las líneas ajadas de mis manos; que se hagan barquitos de papel con las hojas que un día recogieron mi lamento; que se arrojen a un río turbulento mis versos hasta que se deshagan con las rocas y nadie los recuerde. Que no se repita mi nombre hasta que se vuelva rumor, susurro, obsidiana, alquimia, ola, nada.
Hasta que mi voz no sea el canto de un gorrión moribundo y mi sombra no nazca en un árbol en invierno: nadie repita mi nombre.
Sólo pido una cosa antes de sembrar mi pecho, mi humanidad toda en un puerto calcinado: Que se borre el vestigio de mis horas y nadie me mencione, a mí, el traicionero de mi madre, que me arrojó a este mundo contra todas las voluntades.
Así, sólo así, despojándome en el camino donde se sientan las hojas secas habré vencido a la parca.






  
LO QUE ME SALVA ES LA NOCHE LENTA DONDE NACE EL VERSO


Aquí estoy de nuevo, aferrado a este árbol que nace entre raíces de cal, a este que detenta en cada hoja la pupila de mis ojos, a este que da nacimiento a mi canto entre vientos de la noche. Aquí estoy, con el rostro en las rodillas, pensando en otra ruta, buscando otra salida.
Aún deseo escribir. Observo la figura de los astros con un hilo de preguntas en cada pestaña; trato de esculpir la inmensidad del universo con algunas líneas; dibujo el mensaje de las nubes con unos pocos versos. A penas, si puedo, me pongo de pie y saludo desde este tronco a una migración de aves. Pero no puedo mentirme, no puedo engañarme –me digo ahora que amanece–:
Alguien que da vida a un árbol, que acaricia cada uno de sus frutos y encuentra refugio al abrigo de su sombra, no puede colgarse de sus ramas.




Flores para un ocaso. Portada del artista plástico Alonso Jiménez.

Poemas con naturaleza muerta


Cuando vislumbramos la muerte
ya somos la palabra muerte”

                     Hernán Vargascarreño






 UNA NIÑA DE RAMALLAH


Estuvo con nosotros hasta que cayó el velo de la noche, hasta que sus pasos cesaron como lluvia inofensiva.
Poco supimos de ella: Que se detenía en las tardes a ver pasar el Sol y que corría tras las mariposas, casi volaba con ellas.
Algunos oyeron su grito, pero estaban muy ocupados levantando cercos, según ellos, para que no entraran los cerdos a sus casas.
Florecieron los jardines, los pájaros surcaron el cielo, las hojas cayeron secas sobre el prado. Aún nadie nos escucha y tal vez nadie lo haga en lo que resta de cosechas, pero queda la lluvia que seguirá humedeciendo esa huella en el camino; quedan las mariposas que recorrerán la misma ruta de la tarde y quedan los malditos cercos que nuca serán mayores que estos montes que darán testimonio de nosotros y los peñascos que gritarán siempre los nombres de los nuestros, los de aquellos que ahora son árbol de memoria.








ZAGA


“Y vio Dios que todo lo que había hecho y he aquí
Era bueno en gran manera”

Libro del Génesis


1
Ayer vimos caer fuego del cielo y
un lobo blanco del norte arreció con todo.

2
Las calles parecen un cementerio de luciérnagas.
Debajo de cada roca se esconde el llanto de algún niño.

3
Un río de lamentos baña las sombras de los hombres.
¡Esta es la última fiesta de los cohetes!

4
Esta es la última danza de una mujer que sangra
al ritmo de las palmadas de un soldado al otro lado del muro.

5
Los niños, los niños son una bocanada de humo
que se extiende entre las huellas
de una embestida de lobos, chacales, hienas y gacelas.

6
Un grito desde alguna cama en el centro de la ciudad
colma el valle hasta hacerle frente al mar.

7
Nos cayeron las estrellas viajeras
y los que no quedamos calcinados
aún no hemos escuchado a Dios.
No sabemos qué opina al respecto.







SOLILOQUIO EN PALESTINA

Lo único que a veces salva al hombre del olvido es el llanto que lo colma. Lo único que a veces nos salva a los habitantes de este espejismos del desierto es una bala que de nuevo se nos siembra entre los ojos.
A veces creo que en este corto suspiro que es la vida, el acto principal de algunos de nosotros (tal vez los menos protagónicos, los menos primordiales, los menos hombres) es habitar en el silencio, hacernos uno con la sombra, estar donde nadie está, ver donde nadie ve, gritar donde nadie escucha, no estar.
Esa es nuestra encomienda: susurrar el nombre de nuestros muertos mientras caminamos sin que eso signifique que nuestro próximo puerto será otro Sol, sin que eso signifique que nuestro próximo puerto será otro paso.









*Las imágenes adjuntas en este capítulo no hacen parte del libro, fueron tomadas de Internet.

Poemas con cartografía del país imaginario


  
Las montañas, los valles, los ríos y los mares
se llaman Cementerio. ¿Cómo orientarnos?, ¿Cómo?”

                                                                           Flóbert Zapata






DÍA TRAS DÍA


Día tras día, el maestro deja vasos vacíos sobre la mesa.
Noche tras noche, velas desnudas caen sobre el marco de la ventana:
Tal vez no hay sombras, no hay caminos, no hay miradas;
tal vez sólo queda este eco que penetra nuestros huesos,
este que nos acompaña en el largo periplo
que nos lleva tras el más pequeño rastro,
tras el más sensible aullido,
tras el más amargo llanto.

Sus huellas y la mesa aún siguen allí,
y los vasos que se llenan con la ausencia del maestro.




A la memoria de Darío Betancourt Echeverry








DESPEDIDA EN TACUEYÓ


Después de lo de ayer, solo me resta renunciar a todo lo que fui y a lo que seré, porque de lo poco que ahora soy, lo único seguro es esta última palabra que pronuncio.
No se salvó ni una mosca sospechosa, ni siquiera Dios por reclamar, ni el diablo por tardío, ni el río por ruidoso. No se salvó ni un árbol infiltrado entre nosotros. Todos hicimos parte del fuego: como sombra retorcida o humo de la noche; como cerillo consumido o ceniza entre la brisa; como piedra sobre piedra o piedra entre la boca. Todos hicimos parte del fuego.
No fue la danza de la lluvia, tampoco un cortejo de luciérnagas. Sólo recuerdo un corazón entre unas manos y un gemido como abismo y un ojo en una estaca, o era un niño, aún no sé. Un grito, un macabro grito dado en vano: ni los pájaros vinieron, y un cuello en otro cuello, en otro cuello, en otro cuello enclavado en un madero. Un pulmón entre las hojas que estaban en el suelo como manto sobre tierra que cubría otro pulmón agonizante.
Mirar a todos los puntos cardinales y en cada dirección presenciar una versión diferente del infierno que se hacía más y más grande con el paso de las nubes. No hubo santo, ni ave María, ni oración, ni ruego que fuera la respuesta, la esperanza, la última palabra. No hubo confesión o lengua seca, o rostro en suelo que determinara la estocada final. Todos los dolores del mundo nacían en mis heridas y mi estómago era un bandada de aves de rapiña y mi cabeza un enjambre de gusanos.
El fuego, recuerdo muy bien el fuego: Fuego y mis brazos en el piso;
Fuego y mis piernas todavía en el árbol como fuego.

Fuego y mis palabras de ceniza solo quedan y mi cuerpo como puerto calcinado que nadie visitó.







PEREGRINACIÓN A TRUJILLO


Y bien, ya estamos aquí
sin decir un solo nombre,
sin cobrar venganza alguna,
acostando nuestras sombras
al lado de los nuestros
y pasa el viento
como un abismo a cada lado.
Todo cabe en una lágrima
y en esta lluvia que nos baja
                              /por la cara.
Por dentro aún gritamos
cuando la carne ahora es tierra
y nuestro llanto es tierra
                    /con su carne,
esa tierra donde caben
todos sus nombres,
esa que nadie recuerda.
Ahí están aunque no los vemos
y los oímos cuando ya no dicen
y les hablamos cuando ya no escuchan.
El recuerdo nos hace uno de nuevo,
nos hace niños a la sombra
de algún árbol del presente
y nos atrevemos a nacer
precisamente aquí
donde la muerte es cada paso.
Nunca había pesado tanto
una flor entre los dedos.







RECIBIENDO A CRISTO EN LA MEJOR ESQUINA


Silencio adentro.
Silencio afuera:
Ni latido.
Ni suspiro.
Ni brisa.
Ni lluvia.
Ni voz.
Ni ola.
Ni palmada.
Ni tiempo.
Ni nadie.
Ni nada.
Nada se siente
cuando se tiene
un abismo entre las cejas.
Silencio adentro.
Silencio afuera.
Cristo recién resucitado
acaba de morir de nuevo.







RUTA ENTRE CAÑO SIBAO Y EL CANTO DE UN PÁJARO


1
Es muy triste caer sin más al lado de la cerca
cuando no se es fruto de algún árbol.


2
Es muy triste sentir la lluvia
cuando cada gota es un puñal que te desangra.


3
Es muy triste cuando un cielo rojo
entre tu espalda y el suelo es tu último lecho.


4
Es muy fácil ser desierto cuando se está boca arriba
viendo nubes y solo una mosca sobre el rostro te acompaña.


5
Alguna esperanza hay cuando nunca se llegó al destino
pero quedaron huellas que echarán raíces
y serán el canto de algún ave sobre un árbol.







AQUELARRE EN MACAYEPO


Hoy cayeron piedras del cielo.
Cayeron tantas veces que nuestros cuerpos tomaron forma de cantera:
A su choque con el suelo daban gritos de agonía.
Cayeron como truenos cortando hasta el aire en nuestras bocas.
Hoy cayeron piedras del cielo y las ramas deshojadas de los árboles cobraron vida.
A cada paso de su danza vespertina nos quebraban los brazos, las piernas, la voz
y el cuerpo en la montaña ya no era nuestro.
Los montes se alzaron imponentes para ser testigos de la fiesta de los hombres:
Ramas estacadas en los vientres, filos que salían de las venas, piedras en los ojos,
llantos sin destino… Todo en la vitrina de la muerte, todo en el lienzo de la tierra
/ya salada, ya de cal.

Hoy cayeron piedras del cielo.
De su paso por aquí solo queda el rastro de unas sombras y los campos removidos
y las huellas de los niños y esta mano de algún anciano que partió sin ella.







TESTIMONIO NO DOCUMENTADO SOBRE CHENGUE


“Tratemos de entrar a la muerte
con los ojos abiertos”

Marguerite Yourcenar


Mi abuela decía que entrar a la muerte con los ojos abiertos era de valientes. Nosotros entramos con los ojos abiertos, sin piernas, con las manos sembradas en una calle desolada del pueblo y, en vez de tripas, piedras.
Todos los que partimos hoy en esta noche triste, entramos a la muerte como dioses, sin embargo nadie, absolutamente  nadie, nos recordará, salvo –y con algo de suerte– uno que otro estudioso del tema y este cuchillo que nos atraviesa el cuello como castaña caliente que baja por la gargan…







OTOÑO EN SAN JOSÉ DE APARTADÓ


Algo había escuchado sobre el otoño, pero no sabía lo que era.
Que las hojas caen como muertas de los árboles;
Que caen secas, lentamente, dijo la profesora.
Esta noche no es como las otras.
Un viento fuerte se abre paso entre las ramas
arrancando brazos, tumbando hombres.
No sabía lo que era el otoño. Ahora lo comprendo,
ahora que veo como caen los míos sobre el césped,
ahora que yo mismo caigo como hoja muerta en el camino.







“Yo no hablo de venganzas ni perdones,
el olvido es la única venganza y el único perdón.”

Jorge Luis Borges



ELLOS eligieron ser la grieta del violín,
la pluma que cae de un gorrión en pleno vuelo,
la sombra que vino de ninguna parte y a ninguna parte fue.
Cayeron aquellas moscas que se posaban sobre los cuerpos
creyendo que construían un imperio para siempre.

Yo elegí ser el verso que se pasea con la brisa,
ese que no dice sus nombres,
ese que no los entierra porque nunca supo de ellos
y hace polvo cada uno de sus pasos con un poema;
Yo elegí ser ese:
El que no describe ni siquiera el más pequeño de sus dedos,
el que con estas líneas los olvida.



A la memoria del poeta Julio Daniel Chaparro




Julio Daniel Chaparro y Darío Betancourt Echeverry

*Las imágenes adjuntas en este capítulo no hacen parte del libro, fueron tomadas de Internet.