“Las montañas, los
valles, los ríos y los mares
se
llaman Cementerio. ¿Cómo orientarnos?, ¿Cómo?”
Flóbert Zapata
DÍA TRAS DÍA
Día tras día, el maestro deja vasos vacíos sobre la mesa.
Noche tras noche, velas desnudas caen sobre el marco de la
ventana:
Tal vez no hay sombras, no hay caminos, no hay miradas;
tal vez sólo queda este eco que penetra nuestros huesos,
este que nos acompaña en el largo periplo
que nos lleva tras el más pequeño rastro,
tras el más sensible aullido,
tras el más amargo llanto.
Sus huellas y la mesa aún siguen allí,
y los vasos que se llenan con la ausencia del maestro.
A la memoria de Darío Betancourt Echeverry
DESPEDIDA
EN TACUEYÓ
Después
de lo de ayer, solo me resta renunciar a todo lo que fui y a lo que seré,
porque de lo poco que ahora soy, lo único seguro es esta última palabra que
pronuncio.
No
se salvó ni una mosca sospechosa, ni siquiera Dios por reclamar, ni el diablo
por tardío, ni el río por ruidoso. No se salvó ni un árbol infiltrado entre
nosotros. Todos hicimos parte del fuego: como sombra retorcida o humo de la
noche; como cerillo consumido o ceniza entre la brisa; como piedra sobre piedra
o piedra entre la boca. Todos hicimos parte del fuego.
No
fue la danza de la lluvia, tampoco un cortejo de luciérnagas. Sólo recuerdo un
corazón entre unas manos y un gemido como abismo y un ojo en una estaca, o era
un niño, aún no sé. Un grito, un macabro grito dado en vano: ni los pájaros vinieron,
y un cuello en otro cuello, en otro cuello, en otro cuello enclavado en un
madero. Un pulmón entre las hojas que estaban en el suelo como manto sobre
tierra que cubría otro pulmón agonizante.
Mirar
a todos los puntos cardinales y en cada dirección presenciar una versión
diferente del infierno que se hacía más y más grande con el paso de las nubes.
No hubo santo, ni ave María, ni oración, ni ruego que fuera la respuesta, la
esperanza, la última palabra. No hubo confesión o lengua seca, o rostro en
suelo que determinara la estocada final. Todos los dolores del mundo nacían en
mis heridas y mi estómago era un bandada de aves de rapiña y mi cabeza un
enjambre de gusanos.
El fuego, recuerdo muy bien el fuego: Fuego y mis brazos en
el piso;
Fuego y mis piernas todavía en el árbol como fuego.
Fuego y mis palabras de ceniza solo quedan y mi cuerpo como
puerto calcinado que nadie visitó.
PEREGRINACIÓN
A TRUJILLO
Y bien, ya estamos
aquí
sin decir un solo
nombre,
sin cobrar venganza
alguna,
acostando nuestras
sombras
al lado de los
nuestros
y pasa el viento
como un abismo a
cada lado.
Todo cabe en una
lágrima
y en esta lluvia
que nos baja
/por la cara.
Por dentro aún
gritamos
cuando la carne
ahora es tierra
y nuestro llanto es
tierra
/con su carne,
esa tierra donde
caben
todos sus nombres,
esa que nadie
recuerda.
Ahí están aunque no
los vemos
y los oímos cuando
ya no dicen
y les hablamos
cuando ya no escuchan.
El recuerdo nos
hace uno de nuevo,
nos hace niños a la
sombra
de algún árbol del
presente
y nos atrevemos a
nacer
precisamente aquí
donde la muerte es
cada paso.
Nunca había pesado
tanto
una flor entre los
dedos.
RECIBIENDO
A CRISTO EN LA MEJOR ESQUINA
Silencio adentro.
Silencio afuera:
Ni latido.
Ni suspiro.
Ni brisa.
Ni lluvia.
Ni voz.
Ni ola.
Ni palmada.
Ni tiempo.
Ni nadie.
Ni nada.
Nada se siente
cuando se tiene
un abismo entre las
cejas.
Silencio adentro.
Silencio afuera.
Cristo recién
resucitado
acaba de morir de
nuevo.
RUTA
ENTRE CAÑO SIBAO Y EL CANTO DE UN
PÁJARO
1
Es muy triste caer
sin más al lado de la cerca
cuando no se es
fruto de algún árbol.
2
Es muy triste
sentir la lluvia
cuando cada gota es
un puñal que te desangra.
3
Es muy triste
cuando un cielo rojo
entre tu espalda y
el suelo es tu último lecho.
4
Es muy fácil ser
desierto cuando se está boca arriba
viendo nubes y solo
una mosca sobre el rostro te acompaña.
5
Alguna esperanza
hay cuando nunca se llegó al destino
pero quedaron
huellas que echarán raíces
y serán el canto de
algún ave sobre un árbol.
AQUELARRE
EN MACAYEPO
Hoy cayeron piedras
del cielo.
Cayeron tantas
veces que nuestros cuerpos tomaron forma de cantera:
A su choque con el
suelo daban gritos de agonía.
Cayeron como
truenos cortando hasta el aire en nuestras bocas.
Hoy cayeron piedras
del cielo y las ramas deshojadas de los árboles cobraron vida.
A cada paso de su
danza vespertina nos quebraban los brazos, las piernas, la voz
y el cuerpo en la
montaña ya no era nuestro.
Los montes se
alzaron imponentes para ser testigos de la fiesta de los hombres:
Ramas estacadas en
los vientres, filos que salían de las venas, piedras en los ojos,
llantos sin destino…
Todo en la vitrina de la muerte, todo en el lienzo de la tierra
/ya
salada, ya de cal.
Hoy cayeron piedras
del cielo.
De su paso por aquí
solo queda el rastro de unas sombras y los campos removidos
y las huellas de
los niños y esta mano de algún anciano que partió sin ella.
TESTIMONIO
NO DOCUMENTADO SOBRE CHENGUE
“Tratemos
de entrar a la muerte
con
los ojos abiertos”
Marguerite Yourcenar
Mi abuela decía que entrar a la muerte
con los ojos abiertos era de valientes. Nosotros entramos con los ojos
abiertos, sin piernas, con las manos sembradas en una calle desolada del pueblo
y, en vez de tripas, piedras.
Todos los que partimos hoy en esta
noche triste, entramos a la muerte como dioses, sin embargo nadie,
absolutamente nadie, nos recordará,
salvo –y con algo de suerte– uno que otro estudioso del tema y este cuchillo
que nos atraviesa el cuello como castaña caliente que baja por la gargan…
OTOÑO EN SAN JOSÉ DE APARTADÓ
Algo había escuchado sobre el otoño,
pero no sabía lo que era.
Que las hojas caen como muertas de los
árboles;
Que caen secas, lentamente, dijo la
profesora.
Esta noche no es como las otras.
Un viento fuerte se abre paso entre
las ramas
arrancando brazos, tumbando hombres.
No sabía lo que era el otoño. Ahora lo
comprendo,
ahora que veo como caen los míos sobre
el césped,
ahora que yo mismo caigo como hoja
muerta en el camino.
“Yo
no hablo de venganzas ni perdones,
el
olvido es la única venganza y el único perdón.”
Jorge Luis Borges
ELLOS
eligieron ser la grieta del violín,
la
pluma que cae de un gorrión en pleno vuelo,
la
sombra que vino de ninguna parte y a ninguna parte fue.
Cayeron
aquellas moscas que se posaban sobre los cuerpos
creyendo
que construían un imperio para siempre.
Yo
elegí ser el verso que se pasea con la brisa,
ese
que no dice sus nombres,
ese
que no los entierra porque nunca supo de ellos
y
hace polvo cada uno de sus pasos con un poema;
Yo
elegí ser ese:
El
que no describe ni siquiera el más pequeño de sus dedos,
el
que con estas líneas los olvida.
A la memoria del poeta Julio Daniel Chaparro
Julio Daniel Chaparro y Darío Betancourt Echeverry |
*Las imágenes adjuntas en este capítulo no hacen parte del libro, fueron tomadas de Internet.
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