Poemas del camino en una noche larga


  
No sé por qué guardo entre los pasos
La absurda esperanza de encontrarme”

                                        Germán Villamizar





VENGO DEL SILENCIO de las hojas, de la ausencia de los ríos,  del lugar olvidado por los hombres donde sólo habita la sombra de los árboles. Vengo de la estancia donde el zumbido de las ramas es nuestra memoria, nuestro ruego a la Luna. Vengo de la más profunda entraña de esa tierra que se traga los habitantes a su paso: No hay tiempo para llorar en el campo cuando la única arma es el arado.
Crecimos con las plantas y la higuera no da frutos. Nuestros nombres están escritos en los peñascos y nadie nos recuerda. La lluvia, que nos arrulló tantas veces, no da testimonio de nosotros, ni siquiera una gota de rocío se posa en nuestra huella. La única esperanza es arar, arar, arar una tierra que no nos merece.
Vengo del lugar donde las manos son el testimonio de la vida: Gramo a gramo las cosechas dieron forma a nuestra piel y las aves son la voz de los que partieron volando entre bramidos.
Recuerdo a la abuela diciéndome: “Esas son las lágrimas de Dios cuando caen al suelo”. Tengo pocos años y menos heridas que las que tenía papá cuando lo enterramos, pero sé muy bien que las lágrimas no son destellos de fuego entre cortinas de noches y cenizas y cuerpos al viento. Las lágrimas de Dios no pueden ser ese mismo vacío que son las nuestras.

Vengo del silencio de las hojas, de la ausencia de los ríos. No sé para donde voy. Antes de ir al cielo, mamá me dijo cuándo pasar el semáforo cuando estuviera solo, pero no recuerdo cómo hacerlo.







CAMINO PARA
EL OLVIDO

Que venga la muerte
y toque la puerta
Que venga en la tarde
en la noche en el día
no importa estaremos
bañando las flores
preparando café
durmiendo a los niños
Que venga y pregunte
el día de la siega
el nombre del pueblo
de los campesinos
y pase revista
en el parque central
Que venga y se burle
de éstos nuestros miedos
Que nos forme a todos
uno junto al otro
apuntando nuestras
frentes nuestro pecho
nuestro pie embarrado
Que venga y nos pegue
que todos pondremos
esta otra mejilla.

Que venga la muerte
y nos rasgue la piel
nos quite los dedos
nos cierre los ojos
nos rompa los dientes
nos bote a la brisa
y nos abandone
en esta intemperie
en donde los buitres
nos abran los poros
nos chupen la sangre
nos quiebren los huesos
nos piquen las sienes
mientras nos tragamos
la lengua tratando
de no sentir nada
y de no esculpir más
sonrisas oscuras
en nuestros fríos párpados

Que venga sin afán
que venga silente
y como una fiera
nos ponga en su boca
con sus garras de hiel
y cave profundo
cubriendo nuestra voz
hasta que no seamos
más que un vago sueño
más que un gris murmullo
una hoja seca en el
camino olvidado
una plasta verde
de mierda asoleada

Que venga sin temor
que nuestra venganza
nuestro grito ardiente y
nuestra espada serán
estas letras tenues
de hambre exiliada
estas simples líneas
de errante cansado
líneas que de pronto
ningún hombre leerá.

A las víctimas de la masacre de El Salado







HAY CAMINOS


Hay caminos, caminos de herradura,
caminos de semilla, caminos florecidos,
caminos de la siega, caminos de lluvia,
caminos de alegría, caminos escondidos,
caminos iluminados por la Luna,
caminos asaltados por ocultas fieras,
caminos húmedos de llanto,
caminos cubiertos por locura,
por sonrisas –sólo a veces por sonrisas–
muy cortas, fugaces…
Hay caminos, caminos de flores muertas
y hombres que penden de sus hojas;
Caminos techados por ramas que se tejen
                                                       /en el cielo;
Caminos soñados con escaleras a las nubes,
caminos dibujados por abuelos taciturnos
                                          /que aún caminan;
Caminos que duelen en los dedos de los pies
y pululan en el rostro, en las manos,
en la cabeza que voltea, en el pelo,
                                          /en la ropa
que sin causa y sin remedio
suda y suda entre pasos que pintan piedras
de rojo, de llanto y de lengua seca…
Hay caminos de jadeos, caminos como abismos,
caminos de incertidumbre,
caminos sin resguardo,
caminos que parecen iguales –cada uno esconde
tras de sí su único misterio–;
Caminos de selva, de cólera y malaria;
caminos sin espejo, ni siquiera aguas cristalinas
ni turbios riachuelos que destiñan nuestros rostros.
Caminos con piedras milenarias.
Caminos con cometas ocultos en la tierra,
caminos para escoger a la hora de la huida,
caminos con paisajes desolados,
caminos de abrazos, de saludos
y palmadas en la espalda
cuando pesan nuestros huesos, nuestras ira
y nuestra casa en estos hombros.
Caminos de fantasmas que nadie mira.
Caminos de huellas borradas por la lluvia
porque ni siquiera se acercaron los hombres
                                                            /a taparlas.
Caminos de voces, de murmullos
y rumores lejanos sobre hombres de ojos blancos
que caen como sombras en el horizonte.
Voces de llamados que viajan con nosotros,
que se aferran a los troncos y gritan
al paso de las caravanas de los mercaderes
que no escuchan porque sus monedas,
                                             sus monedas…
Caminos de cartuchos, de sierra y de segueta
levantadas al alba, descargadas en los cuerpos
junto a los lechos fríos que no verán esta noche
el brazo, ni la pierna, ni el sexo descubierto,
ni el rostro deforme de sus dueños.
No escucharán el canto de los gallos
una vez más de madrugada;
El Sol ya no será el milagro de sus vidas
y sólo el prado les servirá de vestido.

Hay caminos de seres que respiran otra niebla,
caminos cegados por hollín,
caminos tan oscuros, tan grises y calientes
como si el infierno nos hubiera alcanzado
en este lugar en donde no somos noticia,
ni siquiera susurro o sombra de mañana…
Caminos, miles de caminos.
Todos nos ofrecen la esperanza,
la única esperanza,
la triste esperanza de seguir andando
sin importar que todos ellos nos lleven
al mismo punto: ser los testigos de nuestra ceniza
que se sienta sobre el suelo despojado;
Ceniza que todos pisan, que nadie ve
y, sin embargo, seguimos andando muy despacio,
como cavando nuestra tumba.



Flores para un ocaso. Edición de la Liga Latinoamericana de Artistas
(Bogotá, Colombia, 2013). Fotografía de Paola Pinto.

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